miércoles, 1 de octubre de 2014

Destino. Historia ganadora de nuestro concurso "Que pasaría si"


DESTINO       

ARTURO JAVIER VALENCIA VILLADIEGO

Jessamine Lovelace estaba aburrida, sentada en el porche delantero del instituto de Londres, igual que los últimos ciento treinta años. Veía caer la nieve, copo tras copo, deslizándose hasta chocar contra la gruesa alfombra blanca que ya cubría la mayor parte del terreno. Se había jurado permanecer en el instituto, se había jurado cuidarlo, pero una parte de ella, como un pequeño trozo de esperanza, había surgido cuando creyó que, luego de haber defendido el instituto del ataque de Sebastian Morgensten, podría continuar y abandonar por fin este mundo.

–Jace, ya déjalo en paz.

–¿Por qué? Es sólo para probar si sus runas funcionan.

Un grupo de voces subieron por el camino de entrada. No esperó a que cruzaran la verja para acercarse, luego de la guerra oscura era mejor prevenir. Los miro uno a uno. No reconoció a ninguno excepto… ¡¿Will?! Pero no era posible, Jessamine sabía que él estaba muerto, ella misma lo había visto partir y lo había acompañado hasta que encontró su luz. No, ese no era Will, pero el parecido era impresionante: los mismos ojos azules enmarcados por gruesos mechones de cabello negro. Sin embargo el muchacho que tenía en frente carecía de la gracia de Will, no tenía su elegancia al caminar y, sólo tuvo que hablar para que Jessamine dejara de ver el parecido.

–No te cansaras de esto ¿verdad, Jace? –le preguntó a un chico rubio que sostenía la mano de una chica pelirroja.

–No –contestó este con una sonrisa burlona, dirigida a un muchacho alto y de cabello castaño, que caminaba con un brazo alrededor de la cintura de una chica… ¿Cecily? 

Por un momento Jessamine creyó que había terminado de enloquecer. Miró a la chica una segunda vez. No, no era Cecily, pero se le parecía tanto como el otro chico a Will.

–Por el Ángel, Jace… -comenzó el semiclon de Will.

–Alexander Lightwood –la chica que se parecía a Cecily se había detenido, interrumpiendo al chico– no le des más cuerda ¿quieres? –Jessamine se quedó helada ¿Acaso había escuchado Lightwood?

–Tu hermana tiene razón, Alec –corroboró un hombre al que Jessamine sí estaba segura de conocer: Magnus Bane.

<<Así que, Alexander Lightwood y hermana. –Pensó Jessamine– Eso lo explica todo.>>

–Vamos. Nos deben de estar esperando –dijo el brujo, mientras tomaba a Alec de la mano y adelantaba al grupo. 

Jessamine los observó alejarse en dirección a las puertas dobles que daban al recibidor, conversando y riendo. En realidad, por un momento, había creído verlos de nuevo, a sus amigos. Respiró hondo a pesar de que técnicamente no podía respirar. Deseaba reencontrase con ellos.

Un movimiento a sus espaldas le llamó la atención. Se giró y vio a un niño observándola. Había creído que era parte del grupo cuando los vio llegar, él había estado todo el tiempo junto a la chica Cecily. Pero ahora que lo podía ver mejor se daba cuenta de que había sido un error. La trasparencia de su piel delataba su naturaleza, igual que el hecho de que no tuviera, literalmente, los pies sobre la tierra.

Se inclinó para verlo mejor. No tendría más de nueve años de edad, tal vez incluso menos.

–Mmmm… hola –lo saludó Jessamine. No supo qué más decir.

–¿Eres un fantasma verdad? –preguntó el niño, casi en un susurro.

–Sí. Igual que tu –respondió, con la voz más dulce que pudo.

El niño bajó la cabeza y se miró las manos. La expresión de su rostro le partió el corazón.

–¿Por qué estás aquí, cariño? –Jessamine le puso una mano sobre los hombros.

–Izzy –dijo. Casi no pudo oírlo– Yo no… tengo que estar con ella.

–¿Tienes?

–Me extraña. Sé que le duele, puedo sentirlo, su dolor –se puso una manita sobre el pecho– aquí.

Jessamine lo miró con pesar. Quiso abrazarlo. Esa era la peor parte de morir, la razón por la que habían tantos espíritus vagando sobre la tierra. Sentir el dolor de las personas que te aman, sentir que te estrujan el alma con cada una de sus lágrimas y, aunque con el tiempo se hace más leve, entre más amor has recibido, más tarda en irse el dolor. 

–¿Cómo te llamas, cariño? –le preguntó con dulzura.

–Max.

–Max, Izzy es tu hermana ¿no?

–Sí.

–Eh estado aquí por ciento treinta años –suspiró– y sé que ella estará bien.

–¿Cómo lo sabes?

–Porque así debe ser. Nunca dejará de dolerle pero mejorará, con el tiempo.

–¿Y se olvidará de mí? –preguntó, con voz angustiada.

–No, eso nunca. Pero le dolería más saber que estás aquí, sufriendo por ella.

–¿Debo irme? –preguntó en voz baja– ¿A dónde?

–A buen lugar, cariño. Uno donde no hay dolor –le dijo, con una sonrisa.

–¿No volveré a verla? –preguntó, una lágrima se deslizaba por su mejilla.

–Claro que sí –le respondió mientras se agachaba para verlo a los ojos– pero tendrás que esperar un poco.  


De repente una luz descendió del cielo, como si fuera un copo de nieve. Ambos se miraron y Jessamine supo, al igual que Max, que era hora de partir. Se tomaron de la mano y, juntos, tocaron la luz, mientras Jessamine pensaba que todos esos años de espera habían valido la pena y que, no habían sido sólo para proteger el Instituto, sino que, de alguna forma, Max había sido trazado en la línea de su destino y ella, encantada, guiaría a Max, dejando este mundo junto a él.  

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